Tanto para Fernando Savater, director de la Colección de Ensayo contemporáneo de la Biblioteca Universal del  Círculo de Lectores, como para quien prologa este ensayo, el profesor Jacobo Muñoz, nos encontramos ante un “clásico vivo del pensamiento crítico”.

El libro “Dialéctica de la Ilustración”  no es una obra sistemática, sino que corresponde más bien a un conjunto de Fragmentos filosóficos publicados primero en 1944 y finalmente en Ámsterdam en 1947 ya con el título final. Se trata de “una de las primeras grandes reflexiones críticas contemporáneas sobre los mitos y los espejismos latentes en el programa ilustrado.”

Sus autores, Adorno y Horkheimer, fundadores de la llamada Escuela de Frankfurt, Instituto de Investigación Sociológica, dedican el libro a su maestro, y también cofundador de la Escuela,  Friedrich Pollock. Adorno y Horkheimer escriben esta obra durante la Segunda Guerra Mundial y en el exilio, tras verse obligados a huir de Alemania por sus orígenes judíos. En esta obra  abandonan el materialismo histórico y la crítica marxiana de la economía política como marco teórico, para adoptar una filosofía de la historia centrada en el conflicto y en la que van a mostrar la historia material y espiritual del Occidente moderno como el despliegue de una poderosa razón instrumental.

Jacobo Muñoz considera que la  Dialéctica de la Ilustración – o la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt –ha supuesto un elemento central en la evolución del pensamiento crítico del siglo XX por su “aguda percepción del mal social, su interés implacable y radical, siempre éticamente cualificado por los aspectos oscuros del hombre, de la sociedad y de la cultura y, en última instancia, de la vida”.

Más que pensar el Bien, como se ha hecho tradicionalmente en la historia de la filosofía, más urgente y clarificador puede resultar, sugieren los autores de la Dialéctica de la Ilustración, centrar la reflexión ética y crítico-cultural en el Mal. Un mal que produce un sufrimiento totalmente indigno para un grandísimo número de seres humanos.

La obra fue reeditada en Alemania en 1969, el año de la muerte de Adorno. Ambos  autores habían regresado a Frankfurt a finales de 1949 para colaborar en la reconstrucción de su país y volvieron a abrir el Instituto de Investigación Social hasta la muerte de Adorno. Entonces su urgencia era, como dejaron escrito en el prólogo a la nueva edición,  “preservar la libertad, extenderla y desarrollarla, en lugar de acelerar, igual a través de qué medios, la marcha hacia el mundo administrado”.

En el prólogo de la primera edición, señalaban la aporía ante la que se imponían reflexionar: la autodestrucción de la Ilustración a manos de los “férreos fascistas”. La aporía ponía de manifiesto que el pensamiento ilustrado significaba tanto la libertad en la sociedad como el totalitarismo que estaba desplegándose por toda Europa.

Concepto de Ilustración

Habría sido el filósofo Bacon quien mejor habría expresado el espíritu ilustrado en la Inglaterra del siglo XVI, para quien el objetivo fundamental del conocimiento no debe ser otro que el de aprender de la naturaleza para dominarla totalmente, tanto a ella como a los hombres.  

La esencia de dicho conocimiento dominador no es sino la técnica, que no se refiere ni a conceptos ni a imágenes ni tampoco a la felicidad del conocimiento, sino a la explotación del trabajo de los otros, al capital.

Los hombres habrían renunciado ya hace mucho tiempo a la búsqueda del sentido en aras de una ciencia moderna  creadora y poderosa. En el proceso de secularización y desmitificación iniciado ya en la Grecia antigua, se habría impuesto finalmente la lógica formal y las matemáticas como lenguajes universales y unificadores de lo real. Tras la magia, el mito, las religiones y la metafísica la razón ilustrada habría ido emancipando al hombre de la naturaleza pero sometiéndolo a la lógica de la dominación que concluye en los campos de concentración. Frente a la idea que algunos sostienen de la separación que habría entre mito y razón o ciencia, Horkheimer y Adorno afirman que la lógica de la ciencia, sin embargo, está estrechamente ligada al mito. En la genealogía de dicha razón instrumental vemos cómo en el origen de todo se encuentra el temor de los hombres a las fuerzas de la naturaleza, temor que será aplacado inicialmente mediante la mimesis, la imitación, que se encuentra en los rituales del chamán en la magia. A continuación vino el mito que supone ya un intento de clarificación de la naturaleza para ir dando paso sucesivamente a los siguientes estadios que conducen directamente a la aparición y triunfo de la ciencia como razón científica.

“Así ha transcurrido el curso de la civilización europea. La abstracción, el instrumento de la Ilustración, se comporta respecto de sus objetos como el destino cuyo concepto elimina como liquidación. Bajo la niveladora dominación de lo abstracto, que convierte en repetible todo en la naturaleza, y de la industria, para la que aquélla lo prepara, los mismos libertos terminaron por convertirse en aquella “tropa” que Hegel designó como resultado de la Ilustración”. Lo que se conoce como “el despertar del sujeto” no sería sino el reconocimiento del poder en cuanto principio de todas las relaciones.

En cuanto al arte, sólo las auténticas obras de arte habrían podido esquivar la pura imitación de lo que ya existe.

Hoy, concluyen los autores,  la  utopía de Bacon de “ser amos de la naturaleza en la práctica” se ha cumplido a gran escala planetaria, manifestándose con claridad  la esencia de la constricción que él atribuía a la naturaleza no dominada. Era el dominio mismo. En su disolución puede ahora agotarse el saber, en el que según Bacon residía sin duda alguna “la superioridad del hombre”. Pero ante semejante posibilidad la Ilustración se transforma, al servicio del presente, en el engaño total de las masas.”

La industria cultural

En su crítica a la industria cultural –cuya ebullición conocen sobre todo en el país donde se instalaron durante su exilio, Estados Unidos, abriendo también allí una nueva sede del Instituto de Investigación Social- Adorno y Horkheimer destacan la uniformidad de los productos culturales, cine, radio, revistas, música,  constituyendo más bien un sistema con un rasgo de semejanza frente a la apariencia de diversidad.

Y aquí, de nuevo, vuelve a aparecer, como hemos visto en el apartado anterior, la importancia de la técnica, esa racionalidad que sería la que domina el mundo. Una razón que coacciona a una sociedad totalmente alienada de sí misma.

Diferentes productores, autores, medios, etc., son dependientes de los grandes monopolios,  de las compañías energéticas y de los bancos que han de financiar el cine, las compañías radiofónicas o las televisiones imponiendo sus prohibiciones, su propio lenguaje y sus formas válidas de expresión.

Por otra parte, a los consumidores se les ofrece algo que responda a sus necesidades o deseos creados convenientemente: “Para todos hay algo previsto, a fin de que ninguno pueda escapar; las diferencias son acuñadas y propagadas artificialmente. El abastecimiento del público con una jerarquía de cualidades en serie sirve sólo una cuantificación tanto más compacta”.

En este contexto, resulta casi imposible que pueda surgir un arte que escape a las constricciones del sistema y que sea capaz de expresar el sufrimiento humano. De hecho, más bien de lo que trata la industrial cultural es “a de cerrar los sentidos de los hombres, desde la salida de la fábrica por la tarde hasta la llegada, a la mañana siguiente, al reloj de control, con los sellos del proceso de trabajo que ellos mismos deben alimentar a lo largo de todo el día”, realizando así una cultura única que los trata como masa.

Por último, nos encontramos con una crítica al papel de la publicidad en la industria cultural que nos resulta bastante familiar hoy en día. “Tanto técnica como económicamente”, indican Adorno y Horkheimer, “la publicidad y la industria cultural se funden la una en la otra. Tanto en la una como en la otra la misma cosa aparece en innumerables lugares, y la repetición mecánica del mismo producto cultural es ya la repetición del mismo motivo propagandístico. Tanto en la una como en la otra la técnica se convierte, bajo el imperativo de la eficacia, en psicotécnica, en técnica de la manipulación de los hombres. Tanto en la una como en la otra rigen las normas de lo sorprendente y, sin embargo, familiar, de lo leve y sin embargo incisivo, de lo hábil o experto y, sin embargo, simple. Se trata siempre de subyugar al cliente, ya se presente como distraído o como resistente a la manipulación.

Charo Ochoa

Club de lectura filosófica «María Zambrano»