Esta vez, faltando la presencia y la figura, la voz llegó como el aire de marzo en un espejo. Como los oraneses de La peste (aquí, audiolibro), vimos suprimidos los desplazamientos, pero no las discusiones ni el porvenir, y, así, continuamos el Café bajo especie telemática.

 Aun siendo nuestras deambulaciones poco más que un viaje alrededor de la habitación, a las cinco en sombra de la tarde abrimos la cueva de los libros para seguir la pista de las editoriales minúsculas, o de las que, no siéndolo tanto, no dejaríamos de tener por pequeñas. Y tuvo no poco de reconocimiento y homenaje a editores de mucho mérito, por si fuera poco sometidos ahora, en un mundo sin librerías, a un cierre vírico.

El tamaño, importe o no, no tiene sólo que ver con el número de libros editados, o vendidos. Antes bien, se trata del mismo concepto editorial. Es cuestión, sobre todo, de cualidad. El fin de un editor es, claro está, vender libros. Sin embargo, un editor de raza ofrece algo más: un catálogo bien construido, la confianza en su elección, el cuidado de las traducciones, la buena fabricación de los libros… Bien es verdad que ni un editor pequeño es siempre garantía de exquisitez, ni un gran editor ha de asociarse siempre al único fin del lucro creciente y a la ausencia de todo refinamiento. Hay, como en todo, excepciones en ambos extremos.

  La multiplicación de pequeñas editoriales, eso que ha dado en llamarse bibliodiversidad, fecunda nuestras lecturas. Pero al mismo tiempo nos interna en un intrincado laberinto en el que habitan desde quienes publican un número de libros que casi se cuentan con los dedos de una mano hasta aquellos que los cuentan por decenas. Con el paso del tiempo, algunos desaparecen y otros son devorados (ahí está el caso reciente de Salamandra) por los grandes grupos.

Nos asomamos a algunas de las creaciones de una relación extensísima de editores: Acantilado, Alba, Alpha Decay, Ampersand, Arpa, Libros del Asteroide, Atalanta, Barataria, La bestia equilátera, Candaya, Capitan Swing, Contraseña, Errata Naturae, Eterna cadencia, La felguera, Fórcola, Fragmenta, Fulgencio Pimentel, Funambulista, Gadir, Gallo Nero, Hermida, Hoja de lata, La huerta grande, Impedimenta, Jekyll & Jill, Kailas, Kalandraka, Libros del K.O., Malpaso, Melusina, Menoscuarto, Minúscula, Nórdica, La Oficina, José J. de Olañeta, Página indómita, Pepitas de calabaza, Periférica, Pre-textos, Rata, Reino de Cordelia, Libros de la resistencia, Sajalín, Satori, Sexto Piso, Siruela, Sitara, Trea, La uña rota, Valdemar, Vaso roto, Ediciones del viento, Xordica, y Libros del zorro rojo.

¿Y cómo olvidar a Abada, aun cuando sólo sea por su entrega a la edición de la obra completa de Walter Benjamin? ¿Y cómo no tener en cuenta a Altamarea, de tan clara vocación italiana? ¿Y cómo pasar por alto Elba, con esos libritos deliciosos y casi artesanales —que tanto tienen que ver con los de la francesa L’échoppe—, como En el taller de Giacometti, de Michael Peppiatt? Añádanse a ellas Argonauta, Automática, Cabaret Voltaire (puede leerse aquí una entrevista en Jot Down con Miguel Lázaro García), Casimiro, Confluencias, con su exquisita literatura de viajes, Deliberar, Días contados, Gatopardo, Jus, La línea del horizonte y sus libros viajeros (puede verse aquí una entrevista en Jot Down a Pilar Rubio Remiro), Nocturna, Reino de Redonda y Wunderkammer, cuyos preciosos libros, en particular los de la colección del mismo nombre, parecen salidos de otra, y refinadísima, época.

 No olvidamos tampoco, sobre el oficio de editor, las confesiones de alguno de ellos, y es el caso de las de dos grandes de la edición europea: La marca del editor, de Roberto Calasso (Adelphi), fragmentarias y con algunos textos puramente circunstanciales, pero siempre interesantes, y El autor y su editor, de Siegfried Unseld (Suhrkamp).

Ambrosio Lacosta

Café Literario Sender